domingo, diciembre 28, 2003

Juan García Ponce

cumplió con la literatura



El autor de célebres novelas como

Crónica de la intervención y cuentos como “El gato”

falleció víctima de un paro respiratorio.





Pecador confeso que escandalizó las buenas conciencias, el narrador, crítico de artes plásticas y ensayista lujurioso y trágico que creó una obra vasta, plena y vibrante, Juan García Ponce, falleció ayer después del mediodía debido a un paro respiratorio, a la edad de 71 años.

García Ponce (Yucatán, 1932- Ciudad de México, 2003), autor de medio centenar de cuentos, novelas y ensayos, dejó de disfrutar sus vicios y de compartir con sus amigos y lectores esas historias que tanto escándalo causaron.

“Hacía un mes que su salud había decaído, ya no tenía fuerzas para hacer nada. Hoy a las 13:00 horas murió de un paro respiratorio”. Fueron las palabras de Mercedes Oteyza, quien fuera su esposa hace más de tres décadas, las que confirmaron su deceso.

En una entrevista con Milenio (23/11/2001), a propósito de su designación como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, García Ponce aseguraba: “No le temo a la muerte para nada”. Una certeza que afirmaba, no era producto de la enfermedad (esclerósis múltiple) que lo ataba a la silla de ruedas.

Desde su adolescencia, contaba, perdió la fe, y entonces dejó de temerle a “los fuegos del infierno”, por ende, a todo lo que se dice han luego de la muerte.

“Perdí este temor a base de estar pecando todo el tiempo e infringiendo, sobre todo, el sexto mandamiento. Primero me empecé a masturbar desde chico y luego me fui de putas. Luego tuve una noviecita que también era muy puta. [...] Toda actitud sexual es legítima”.

Así se expresaba entonces García Ponce, quien aseguraba que lo único que deseaba era que la vida le diera el tiempo suficiente para escribir todo lo anhelado: “Han tantos que no han tenido esa oportunidad...”.



Vivir, no sobrevivir
Los restos del autor de El nombre olvidado fueron velados en una funeraria de Félix Cuevas, y serán incinerados mañana lunes ante la presencia de sus hijos, Juan de 41 años y Mercedes de 39 años, quienes viajaron desde Europa para despedirse su padre.

La esclerósis múltiple nunca venció a García Ponce. Pese a que el neurólogo Mario Fuentes, al diagnosticarlo hace 35 años, le auguraba máximo, un año de vida. Rebasó las siete décadas en su silla de ruedas.

A pesar de que la enfermedad le impedía comunicarse con fluidez, lo hacía entre murmullos. Se las ingenió para no permanecer en silencio, en complicidad con su “amor plátónico” María Luisa Herrera, su intérprete ante el mundo, continuó desarrollando el ejercicio creativo y publicando su obra. Ella fue tan importante en su vida, que decidió dedicarle varios de sus libros, entre ellos Juan García Ponce. De viejos y nuevos amores (Joaquín Mortíz, 1998), en el que aborda una de sus grandes pasiones, las artes plásticas.

La enfermedad lo motivó a trabajar cada vez con mayor disciplina y a aferrarse a expresar su concepción del mundo, siempre bajo una mirada erótica y sensual.

Ayer, durante el velorio de García Ponce, una tristísima María Luisa Herrera dijo: “No importa de qué murió, lo que importa es su obra, las ganas que siempre tuvo de vivir y el amor que me pudo brindar.



La resistencia
“García Ponce cumplió con la literatura, escribió libros magníficos y a lo largo de su enfermedad mantuvo una disciplina, una alegría y una resistencia al sufrimiento que me resulta también extraordinario”, asegura el escritor Carlos Monsiváis.

Fue una figura espectacular que producía novelas, ensayos, obras de teatro y cuentos. “Lo recuerdo en los 60 como un gran animador de la vida cultural, un escritor que proponía lecturas, apasionado por las artes plásticas pues vivía con una gran intensidad”.

Tuvo el carisma suficiente para animar a una generación de grandes pintores entre ellos Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Vicente Rojo. Y a través de los años, refiere Monsiváis, mantuvo una fidelidad a la literatura en verdad excepcional.

“Lo recuerdo en su comportamiento extraordinario en 1968 interrogado por policías judiciales. En la Casa del Lago dando conferencias y celebrando la vitalidad de la escritura y la literatura, lo recuerdo siempre gozoso y entusiasta”, apunta el autor de Amor perdido.

Pese a que García Ponce aseguraba no haber escrito ninguna obra cumbre, pues de tenerla habría dejado de escribir, Monsiváis afirma que esa afirmación es asunto de sus lectores.

“Tiene La Crónica de la Intervención, un libro ciertamente monumental que hay que leer y que tiene cuentos como ‘La noche’, que vale la pena revisar. También están todos sus ensayos sobre literatura alemana y sobre pintura que son realmente importantes. Que la obra cumbre esté o no en la imaginación del autor es otra cosa. Considero que los lectores son los que reconocen su obra como muy valiosa y estimulante”, afirma Monsiváis.



La fortaleza de un creador
Por años, en el cajón de su escritorio de su casa en Coyoacán, García Ponce guardó un argumento para cine de 130 páginas que realizó en la década de los 60, que hasta ahora nadie ha querido filmar. Tal vez porque el guión comienza con una escena de una mujer alcoholizada vomitando a la orilla de un puente localizado en el corazón de Londres.

Pocos saben de la existencia de este trabajo en particular, reconoce Monsiváis, es más conocida su colaboración con Juan José Gurrola en Tajimara, una película interesante que hay que ver ahora.

Por años la literatura marcada por sus obsesiones como el de amor, el erotismo y la locura, lo mantuvo con vida, según sus propias palabras.

El también dramaturgo y guionista de cine aseguraba que como ateo, la muerte era un fin definitivo “Los muertos, muertos están, aunque los artistas esperan seguir viviendo en sus obras. Esa es la inmortalidad en la que yo creo”.

Desde hacía un mes, esa rutina que García Ponce mantenía al trabajar con María Luisa por las mañanas, se interrumpió ante su débil estado de salud.

“No estaba trabajando en nada en especial, no hay nada escrito que de cuenta de ello”, asegura Mercedes Oteyza.

Al funeral de García Ponce, anoche asistieron aquellos que fueron amigos cercanos durante muchos años, entre ellos el pintor y escultor Juan Soriano.

“Siempre muy cerca de las inquietudes de las artes plásticas, más que de los artistas y poetas. Era una persona maravillosa, pero al mismo tiempo muy difícil de entender. Uno nunca sabía si estaba atinando con él, porque tenía una imaginación impresionante. Eso lo llevó a hacer pedazos las oportunidades que le daba la vida.

“Con el talento enorme que tenía, siempre tuvo la fidelidad de todos sus amigos. Todo el tiempo nos daba sorpresas de que ya se iba a morir y que le pasaría lo peor. Era muy contradictorio, por un lado despreciaba la vida y por otra no quería dejar de vivir. A los artistas les daba terror, porque les enseñó que si la vida se malbarata y se putea, uno la paga”, expresó Soriano.

Otro de los grandes amigos de García Ponce, el pintor Manuel Felguérez, también estuvo presente.

“Nuestra relación fue más allá... Fuimos amigos de toda la vida. Nos conocimos por ahí de los años 40 en los boy scauts, un grupo que formamos Jorge Ibargüengoitia y yo, y al que ingresaron Juan García Ponce y sus hermanos, él debe haber tenido unos 13 años, yo unos 18”, recordó Felguérez.

También asistieron al funeral Juan Ibáñez, Eliseo Alberto y Rafael Pérez Gay, quien calificó a García Ponce como uno de los mejores escritores de este siglo que tuvo una valentía admirable.

“Mantuvo el mismo nivel para vivir, que el de su vocación literaria. Fue un hombre contundente en todo lo que se propuso y salió adelante. Pero lo que habría que admirar es que no dejó de escribir”.

“Fuimos amigos inseparables... Fue a partir de 1968 que Juan quedó en silla de ruedas, pues no podía caminar a consecuencia de su enfermedad progresiva, a partir de ese momento jamás pudo tener la misma actividad, empezó a vivir para la literatura. Era un gran lector leía todas las noches y tenía una memoria privilegiada”, concluyó Felguérez.



Pasión de Juan García Ponce
El vago azar o las precisas leyes” que rigen la existencia hacen coincidir los 70 años de Juan García Ponce, la presentación de su Autobiografía y el centenario de la Condesa. Lo menos que se le debe a esta colonia es un homenaje a quien le dio existencia artística en sus libros. De aquella Condesa, por necesidad muy distinta de la actual, sólo quedan las imágenes que García Ponce dibujó en su narrativa. Ha hecho por esta parte de la ciudad lo que sus maestros hicieron por otros barrios de Viena o París. El escenario de esas novelas y esos cuentos que recrean el “nuevo desorden amoroso” que precedió y acompañó a los sesenta no se limita a la Condesa: abarca la ciudad entera y sus alrededores, así como algunos lugares de Yucatán: Mérida, el campo y sobre todo la playa de Progreso.

Como crítico de artes plásticas abrió un espacio para la nueva pintura y nos enseñó a mirarla y admirarla. En tanto que ensayista nos hizo leer con otros ojos a clásicos como Thomas Mann y nos descubrió a otros grandes autores, sobre todo a Robert Musil y a Pierre Klossowsky.

Su labor editorial en la Revista de la Universidad y la Revista Mexicana de Literatura está aún por ser reconocida. Fue el centro de un “grupo sin grupo” que renovó todas las expresiones artísticas mexicanas, del teatro y el cine al periodismo literario. Los sesenta en este país no hubieran sido lo que fueron sin la presencia, la inteligencia, el talento y la pasión de Juan García Ponce.

El título de un ensayo juvenil, “El artista como héroe”, fue premonitorio sin saberlo. Todas las enfermedades son injustas y crueles. Quizá ninguna como la que afectó a García Ponce en el comienzo de su madurez. Lo hirió pero no lo doblegó. Todos nos hubiéramos dejado vencer: él ha continuado su gran obra y ha producido libros monumentales como la Crónica de la Intervención.

Ignoro qué hubiera sido de mí en caso de no encontrarme con Juan García Ponce. Fue el maestro que nunca actuó como tal pero me hizo leer y me criticó y me estimuló y me llevó a aspirar a su devoción por el hecho de escribir al margen de las recompensas y los castigos del mundo. Los seis años que compartimos en la Revista de la Universidad y en otras revistas (cómo olvidar los Cuadernos del viento) fueron la base de todo mi trabajo. Para citar otra de sus novelas, ese pasado estará presente mientras yo viva. Otros lo estudiarán como lo merece. Por ahora sólo he querido recordarlo y darle las gracias



Juan García Ponce: una conversación sin fin
La muerte siempre aparece por sorpresa. No importa si su presencia lleva manifestándose durante mucho tiempo, invariablemente nos toma desprevenidos. En el caso del deceso de Juan García Ponce (Mérida, 1932) la sorpresa es aun mayor pues, tras librar una lucha de más de 35 años con una enfermedad degenerativa que nunca había podido doblegarlo del todo, sus lectores nos hicimos a la idea de que este escritor viviría, si no por siempre, por lo menos muchos años más.

¿Cómo pensar que podía morir alguien que en nuestra mente, gracias a sus novelas, cuentos y ensayos, nos parecía eternamente joven? ¿Cómo imaginar que se iría de este mundo quien dedicó toda su obra a la celebración de la vida mediante el erotismo, el pensamiento y el arte?

Juan García Ponce es de los escritores que no envejecen. Desde sus primeros textos narrativos, publicados en la colección de relatos Imagen primera (1963), selló con sus lectores un pacto en el que quedaba establecido que él, como autor, exploraría con insistencia un puñado de temas desde todas las perspectivas posibles, y nosotros, como lectores, esperaríamos cada cierto tiempo una obra nueva que vendría a enriquecer nuestra conversación.

Ambos cumplimos ese pacto. Él con libros tan imprescindibles en la literatura mexicana, como La noche, que contiene relatos inolvidables como “Tajimara” y el que le da título al libro; Figura de paja, primera profundización del autor en la vida erótica femenina, que después sería el tema central de su narrativa; Encuentros, donde aparece “La gaviota”, cuento largo o novela corta, hasta hoy no superada en lo que se refiere a contar el despertar erótico de una pareja de púberes; La invitación, donde nos ofrece una mirada irónica de la enfermedad que lo llevaría a la muerte más de tres décadas después, y El gato, cuento clásico acerca del voyeurismo y el bestialismo como ingredientes del placer sexual, hasta entregarnos su obra maestra, Crónica de la intervención, novela monumental donde el erotismo se convierte en un medio para analizar desde múltiples puntos de vista la vida en México a finales de la década de los sesenta. Con sólo esta novela, poco leída a causa de su densidad y extensión (más de mil páginas), García Ponce tendría un puesto asegurado dentro de los grandes escritores en lengua española del siglo XX.

Pero también nosotros cumplimos como lectores. Leímos no sólo las novelas y cuentos de su primera época, sino también su crítica, una de las más lúcidas y rigurosas de los últimos años, tanto si aborda la obra de autores mexicanos, como la de sus faros literarios, Robert Musil, Thomas Mann, Pierre Klossowski o Jorge Luis Borges. Hemos aprendido a apreciar las artes plásticas a través de sus ensayos. Esperamos con paciencia sus relatos posteriores a la Crónica de la intervención. Encontramos en De Ánima, en Inmaculada o los placeres de la inocencia y en Cinco mujeres un erotismo más depurado de análisis, una pornografía alegre, artística, como sólo un espíritu juvenil como el de este autor fue capaz de crear para sus lectores ávidos. Gozamos con las revelaciones apenas disimuladas de la vida intelectual mexicana de medio siglo en su novela-memoria Pasado presente. Volvemos a sus libros una y otra vez para releer un pasaje, buscar una referencia o sustentar una idea.

Y en cada página que leemos de él hay crítica e ironía; en cada descripción erótica, irreverencia y provocación; en cada escena, resonancias de los grandes maestros. Sus reflexiones están respaldadas por una inteligencia aguda nunca dispuesta a dar concesiones. Sus personajes femeninos, siempre en el centro de sus relatos, son entes idealizados, objetalizados, erotizados al máximo, con lo que nunca dejan de perturbar.

Una literatura vibrante, llena de vida. Por eso Juan García Ponce daba la sensación de ser un joven escritor al que jamás alcanzaría la edad, ni la muerte. Por eso lo inesperado de la noticia de su fallecimiento.

Ahora ya no está más con nosotros. Salvo por alguna publicación póstuma, de hoy en adelante será inútil esperar el título nuevo que enriquezca esa plática que se inició hace más de cuatro décadas. Y sin embargo no hay por qué lamentarse, nos quedan de él casi medio centenar de libros de gran calidad con los que seguirá conversando con nosotros acerca de los mismos temas a los que nos tiene acostumbrados.



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