Quisiera tener a mi propio Alfred en casa. Llegar hecha bolas con mis contradicciones y que un abuelito tuviera siempre palabras de alivio. Que me enseñara a reconocer mis propios límitesy que, cuando la cagara, me dijera I did bloody tell you. Ah, claro, y que siempre me dijera la verdad, la verdad que necesito, no la otra.